viernes, 19 de agosto de 2016

Schreber y el totemismo



En el Tercer Congreso Internacional de Psicoanálisis celebrado en Weimar (Alemania), Freud hace una presentación del caso Schreber. Estamos ante un animado Freud por los mitos y su influencia en las neurosis. Se dice que esta presentación es la antesala a Tótem y Tabú (su siguiente libro), por el énfasis en el papel jugado por la cultura en el nerviosismo moderno. Este congreso es el último al cual asistiría Jung antes de producirse el rompimiento definitivo. Soy de la idea que el creador del psicoanálisis hizo esta lectura, en gran medida para complacer a su hasta ese momento amigo. 

La comunicación es bastante breve y se enfoca en un aspecto del caso Schreber: su particular relación con el Sol, al cual veneraba tal como los primitivos veneraban a su tótem. Schreber tenía una concepción animista del sol, por cuanto éste le hablaba y en ocasiones lo insultaba. Una vez reestablecido de su enfermedad nerviosa, Schreber es capaz de mirar la estrella sin enceguecerse. Esto lo plantea como un logro en su recuperación y lo justifica como hijo de este ser superior. Se trata de la misma lógica que rige a los aborígenes, ellos se sienten hijos del tótem al cual veneran. Son sus descendientes y deben cumplir con ciertos rituales para no perder el linaje. Dejemos al propio Freud que nos lo explique:       

"En el tratamiento del historial clínico de Schreber, presidente del Superior Tribunal, me limité adrede a un mínimo de interpretación, y tengo derecho a confiar en que cualquier lector instruido en el psicoanálisis ha de extraer del material comunicado más de lo que yo declaro de manera expresa, y no le resultará difícil tensar mejor los hilos de la trama y alcanzar conclusiones que yo apenas indico. Una feliz contingencia -que la atención de otros colaboradores de ese mismo número de la revista se haya dirigido a la autobiografía de Schreber- permite colegir cuánto se puede extraer todavía de la riqueza simbólica de las fantasías e ideas delirantes de este espiritual paranoico.

Un enriquecimiento casual de mis noticias, posterior a la publicación de mi trabajo sobre Schreber, me ha permitido apreciar mejor una de sus afirmaciones delirantes y discernirla como perteneciente al reino de lo mitológico. En la página 50 menciono la particular relación del enfermo con el Sol, que no pude menos que declarar un «símbolo paterno» sublimado. El Sol le habla con palabras humanas y de ese modo se le da a conocer como un ser animado. El suele insultarlo, apostrofarlo con términos amenazadores; también asegura que sus rayos empalidecen ante él si habla en voz alta vuelto hacia el Sol. Tras su «restablecimiento» se gloria de poder mirar tranquilamente el Sol y quedar muy poco enceguecido, cosa que, desde luego, no le habría sido posible antes.

A este privilegio delirante de poder mirar el Sol sin enceguecerse se anuda el interés mitológico. En Salomon Reihach leemos que los naturalistas de la Antigüedad conferían esa aptitud sólo a las águilas, quienes, como moradoras de las alturas, entraban en un vínculo particularmente íntimo con el cielo, el Sol y el rayo. Y bien; las mismas fuentes nos informan que el águila somete a sus pichones a una prueba antes de reconocerlos como legítimos: si no son capaces de mirar el Sol sin pestañear, son arrojados del nido.

No puede haber duda alguna sobre el significado de este mito zoológico. Claramente, se atribuye a los animales sólo lo que es de uso consagrado entre los hombres. Lo que hace el águila con sus pichones es una ordalía, una prueba de linaje, sobre cuya vigencia tenemos noticia entre los más diversos pueblos de los tiempos antiguos. Así, los celtas que moraban sobre el Rin confiaban sus recién nacidos a las corrientes del río para convencerse de que eran realmente de su sangre. La tribu de los psylli, en la actual Trípoli, que se vanagloriaba de descender de serpientes, exponía a sus hijos al contacto con estas; los legítimos no eran mordidos o se recuperaban enseguida de las consecuencias de la mordedura. La premisa de tales pruebas nos introduce hondo en el modo de pensar totémico de los pueblos primitivos. El tótem -el animal, o el poder natural concebido animistamente de quien la estirpe deriva su descendencia- respeta a los miembros de la estirpe como a sus hijos, y él mismo es venerado por ellos, y respetado llegado el caso, como padre de la estirpe. Hemos topado aquí con cosas que me parecen llamadas a posibilitar una inteligencia psicoanalítica de los orígenes de la religión.

Entonces, el águila que hace que sus pichones miren el Sol y exige que su luz no los enceguezca se comporta como un descendiente del Sol que somete a sus hijos a la prueba del linaje. Y cuando Schreber se ufana de poder mirar el Sol impunemente y sin enceguecer, ha reencontrado la expresión mitológica para su vínculo con el Sol como hijo de él y así nos confirma que hemos de concebir su Sol como un símbolo del padre. Acordémonos de que Schreber exterioriza libremente en su enfermedad su orgullo familiar, y de que hemos hallado en su falta de hijos un motivo humano para que enfermara a raíz de una fantasía femenina de deseo. Se vuelve entonces bastante claro el nexo entre su privilegio delirante y las bases de su condición de enfermo.

Este pequeño apéndice al análisis de un paranoide resulta apto para mostrar cuán fundada es la tesis de Jung según la cual las potencias mitopoyéticas de la humanidad no han caducado, sino que todavía hoy producen, en las neurosis, lo mismo que en los más remotos tiempos. Quiero retomar una indicación que tengo hecha, y declarar que lo mismo vale para las potencias formadoras de la religión. Y opino que muy pronto llegará el tiempo en que se podrá ampliar una tesis que los psicoanalistas hemos formulado hace ya mucho, agregándole a su contenido válido para el individuo, entendido ontogenéticamente, el complemento antropológico, de concepción filogenética. Hemos dicho: «En el sueño y en la neurosis reencontramos al niño, con las propiedades de sus modos de pensar y de su vida afectiva». Completaremos: «También hallamos al hombre salvaje, primitivo, tal como él se nos muestra a la luz de la arqueología y de la etnología»."


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