viernes, 4 de julio de 2014

Carmen Marín

 
Hablar del libro DEMONIO Y PSIQUIATRÍA del Dr. Roa es hablar de Carmen Marín, también conocida como “la endemoniada de Santiago”. Más de la mitad del libro es dedicada a la compilación de todos los informes rendidos por facultativos y sacerdotes acerca de esta muchacha de dieciocho años y aquejada de una extraña enfermedad. ¿Un caso de posesión? ¿De epilepsia? ¿De histeria? El debate busca echar luces sobre un caso que conmocionó a la psiquiatría chilena de mediados del siglo XIX. Reproduzco parte de la nota de los editores a la presentación formal del caso:
 
“Constantes en el propósito de hacer de nuestro establecimiento un vehículo para la comunicación de las luces de ambos mundos y creyendo servir a los amantes de las ciencias y de la literatura chilena, hemos compilado en este librito todos los informes rendidos ex profeso al Ilustrísimo y Reverendísimo Sr. Arzobispo de esta República, con el objeto de dilucidar, de un modo científico, el caso raro, sin igual en Chile, observado en la joven Carmen Marín, a quien se la conoce tradicionalmente con el calificativo de endemoniada”. (p. 135)
 
Nacida en Valparaíso en 1838 Carmen Marín fue una joven que estaba al cuidado de una tía. Asistió a un colegio de monjas y por esa época habría sufrido su primer ataque. La acusaron de loca, de fingir y la discriminaron. Luego ingresó al antiguo hospicio de la calle Portugal para hacer los votos y a los seis meses nuevamente se presentan los ataques. En el libro se describen así:
“Varias personas dicen haber presenciado cosas muy raras que esta muchacha hacía durante el acceso. Las mismas hermanas de caridad refieren varias pruebas que ellas hicieron durante el tiempo que permaneció en el hospital y que han continuado después en el hospicio a donde pasó abandonada ya de los médicos como incurable; como haberle, repetidas veces cuando estaba en el furor y pedía de beber, pasado un vaso de agua bendita sin podérselo hacer tomar; pasarle después otro con agua natural y al momento tomarla; ponerle a escondidas una gota de agua bendita en una cucharada de jarabe y rehusarla; pasarle en seguida una cucharada de jarabe solo y al instante tomarla; en otra ocasión quebrar el vaso en que le daban la bebida y tragarse los pedazos; en otra ponerle una brasa de fuego en la mano y después de tenerla largo rato encendida, apagarla tirándola hecha carbón, e infinitas otras que no entran en mi propósito referir aquí”. (p. 184)      

 
 
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