Portada de la revista Time dedicada a Carl Gustav Jung
La siguiente es la primera carta
que escribiera Carl Jung a Joseph Banks Rhine. Tal como decía en la entrada
anterior, el Dr. Rhine era un conocido experimentador de los estados de
percepción extrasensorial (ESP).
Jung en este escrito narra
algunos extraños fenómenos ocurridos en su casa, como fueron el rompimiento de
una mesa y un cuchillo que se quiebra en cuatro partes. Estas cosas ocurrieron
sin una explicación lógica y fuera de cualquier accidente esperable.
Después Jung presenta de manera
sucinta los resultados de unas sesiones de espiritismo a las cuales asistió. Se
trata del caso de aquella joven quinceañera que era “médium” y que él
desarrolla con profundidad en su tesis doctoral. Es un caso impresionante de
desdoblamiento de la personalidad, muy complejo y lleno de aristas. Esta es la
carta:
27/09/1934
Durante las vacaciones de verano
sucedió algo que debió influir en mí poderosamente. Un día estaba en el
gabinete de estudio y repasaba mis libros de texto. En la habitación contigua,
cuya puerta estaba entreabierta, estaba mi madre haciendo calceta. Era nuestro
comedor en el cual había la mesa redonda de madera de nogal. Procedía del ajuar
de mi abuela paterna y entonces tenía ya setenta años (se refiere a la mesa).
Mi madre estaba sentada frente a la ventana, aproximadamente a un metro de
distancia de la mesa. Mi hermana estaba en la escuela y la criada en la cocina.
De pronto se oyó una detonación como un pistoletazo. Me levanté de un salto y
corrí al cuarto contiguo de donde había oído la explosión. Vi a mi madre
sobresaltada en un sillón, su labor le había caído de las manos. Dijo
tartamudeando: “¿qué ha sucedido? ¡Fue justo a mi lado!” y miraba sobre la
mesa. El tablero de la mesa se había roto por la mitad y no por el sitio
encolado, sino en la madera encerada. Quedé atónito… ¿Cómo había podido pasar
tal cosa? Una madera naturalmente encerada pero seca ya desde hacía setenta
años, que se abre en un día de verano con una elevada humedad habitual para
nosotros. Hubiera resultado explicable en un día de invierno y seco junto a una
estufa encendida. ¿Qué diablos pudo ser la razón de tal explosión? Realmente
existen casualidades extrañas, pensé. Mi madre movió la cabeza y dijo: “si, si,
esto significa algo”. Yo me sentí contrariado y disgustado por no poder
responder nada.
Aproximadamente catorce días
después, llegué por la tarde a las siete a mi casa y hallé a mi madre, mi
hermana de catorce años y la sirvienta en plena excitación. Hacía una hora que
se había oído de nuevo una explosión. Esta vez no había sido en la ya
deteriorada mesa, sino en el aparador, mueble originario del siglo XIX. Habían
mirado ya por todas partes pero no habían encontrado ninguna grieta. Comencé
inmediatamente a inspeccionar detalladamente el aparador y lo inmediato a él,
pero sin éxito. Registré el interior del mueble y su contenido. En el cajón,
conteniendo la cesta del pan, había el pan y junto a él, un cuchillo cuya hoja
estaba destrozada casi por completo. El mango estaba en un rincón del cesto
rectangular y en cada una de las tres restantes había un trozo de la hoja del
cuchillo. El cuchillo se había empleado todavía a las cuatro de la tarde y
después se había guardado. Desde entonces nadie lo había tocado.
Días después llevó el cuchillo a
uno de los mejores afiladores de la ciudad. Escudriñó los fragmentos con lupa y
movió la cabeza: “Este cuchillo –dijo- no tiene ningún defecto. El acero está
en buen estado. Alguien lo ha roto en pedazos. Esto se puede conseguir por
ejemplo, introduciendo la hoja en el quicio del cajón y rompiéndolo trozo a
trozo. El acero es de calidad. O quizás se ha dejado caer desde gran altura
sobre una piedra. Esto no puede estallar en absoluto. Se ha hecho algo con él”.
Mi madre y mi hermana se encontraban en
la habitación cuando fueron sobresaltadas por la repentina detonación. Mi madre
me miró significativamente y no pude hacer más que callar. Me sentía
enteramente desorientado y no podía de ningún modo explicarse lo sucedido. Esto
me resultaba tanto más enojoso por cuanto debía admitir que estaba
profundamente impresionado. ¿Por qué y cómo se partió la mesa y se quebró el
cuchillo? La hipótesis de la casualidad resultaba del todo inadmisible.
Algunas semanas después me enteré
que ciertos parientes se entretenían desde hacía tiempo con mesas giratorias y
tenían una “médium”, una muchacha joven de poco más de quince años. Desde hacía
algún tiempo pensaba ponerme en contacto con esta médium que caía en estado de
sonambulismo y producía fenómenos inexplicables. Comencé a asistir a sesiones
con ella y otros interesados regularmente los domingos. Los resultados fueron
las transmisiones de pensamiento y los golpes en la pared y la mesa. Los
movimientos de la mesa eran dudosos, se producían independientemente de la
médium. Comprendí pronto que las condiciones limitadas eran, en general,
inconvenientes. Me conformé con la evidente independencia de los golpes en la
pared y presté mi atención al contenido de las transmisiones de pensamiento.
Los resultados de estas observaciones los he expuesto en mi tesis doctoral.
Después de realizar experimentos durante dos años, se manifestó una cierta
languidez y sorprendí a la médium intentando provocar los fenómenos mediante
trampas. Esto me determinó a interrumpir las sesiones –muy a pesar mío, pues
con ella había aprendido cómo se forma una personalidad número dos, cómo se
asume una conciencia infantil y se integra finalmente a ella. La muchacha era
una “malograda”. A los 26 años murió de tuberculosis. La vi todavía una vez cuando
tenía 24 años y quedé impresionado de la independencia y madurez de su
personalidad. Después de su muerte supe por parientes, que en los últimos meses
de su vida fue perdiendo poco a poco su personalidad y regresó finalmente al
estado de un niño de dos años en cuya fase cayó en el último sueño.
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