jueves, 15 de mayo de 2014

Jung-Rhine. Correspondencia


 
Portada de la revista Time dedicada a Carl Gustav Jung

 
La siguiente es la primera carta que escribiera Carl Jung a Joseph Banks Rhine. Tal como decía en la entrada anterior, el Dr. Rhine era un conocido experimentador de los estados de percepción extrasensorial (ESP).
Jung en este escrito narra algunos extraños fenómenos ocurridos en su casa, como fueron el rompimiento de una mesa y un cuchillo que se quiebra en cuatro partes. Estas cosas ocurrieron sin una explicación lógica y fuera de cualquier accidente esperable.

Después Jung presenta de manera sucinta los resultados de unas sesiones de espiritismo a las cuales asistió. Se trata del caso de aquella joven quinceañera que era “médium” y que él desarrolla con profundidad en su tesis doctoral. Es un caso impresionante de desdoblamiento de la personalidad, muy complejo y lleno de aristas. Esta es la carta:        

27/09/1934
Durante las vacaciones de verano sucedió algo que debió influir en mí poderosamente. Un día estaba en el gabinete de estudio y repasaba mis libros de texto. En la habitación contigua, cuya puerta estaba entreabierta, estaba mi madre haciendo calceta. Era nuestro comedor en el cual había la mesa redonda de madera de nogal. Procedía del ajuar de mi abuela paterna y entonces tenía ya setenta años (se refiere a la mesa). Mi madre estaba sentada frente a la ventana, aproximadamente a un metro de distancia de la mesa. Mi hermana estaba en la escuela y la criada en la cocina. De pronto se oyó una detonación como un pistoletazo. Me levanté de un salto y corrí al cuarto contiguo de donde había oído la explosión. Vi a mi madre sobresaltada en un sillón, su labor le había caído de las manos. Dijo tartamudeando: “¿qué ha sucedido? ¡Fue justo a mi lado!” y miraba sobre la mesa. El tablero de la mesa se había roto por la mitad y no por el sitio encolado, sino en la madera encerada. Quedé atónito… ¿Cómo había podido pasar tal cosa? Una madera naturalmente encerada pero seca ya desde hacía setenta años, que se abre en un día de verano con una elevada humedad habitual para nosotros. Hubiera resultado explicable en un día de invierno y seco junto a una estufa encendida. ¿Qué diablos pudo ser la razón de tal explosión? Realmente existen casualidades extrañas, pensé. Mi madre movió la cabeza y dijo: “si, si, esto significa algo”. Yo me sentí contrariado y disgustado por no poder responder nada.
 
Aproximadamente catorce días después, llegué por la tarde a las siete a mi casa y hallé a mi madre, mi hermana de catorce años y la sirvienta en plena excitación. Hacía una hora que se había oído de nuevo una explosión. Esta vez no había sido en la ya deteriorada mesa, sino en el aparador, mueble originario del siglo XIX. Habían mirado ya por todas partes pero no habían encontrado ninguna grieta. Comencé inmediatamente a inspeccionar detalladamente el aparador y lo inmediato a él, pero sin éxito. Registré el interior del mueble y su contenido. En el cajón, conteniendo la cesta del pan, había el pan y junto a él, un cuchillo cuya hoja estaba destrozada casi por completo. El mango estaba en un rincón del cesto rectangular y en cada una de las tres restantes había un trozo de la hoja del cuchillo. El cuchillo se había empleado todavía a las cuatro de la tarde y después se había guardado. Desde entonces nadie lo había tocado.
Días después llevó el cuchillo a uno de los mejores afiladores de la ciudad. Escudriñó los fragmentos con lupa y movió la cabeza: “Este cuchillo –dijo- no tiene ningún defecto. El acero está en buen estado. Alguien lo ha roto en pedazos. Esto se puede conseguir por ejemplo, introduciendo la hoja en el quicio del cajón y rompiéndolo trozo a trozo. El acero es de calidad. O quizás se ha dejado caer desde gran altura sobre una piedra. Esto no puede estallar en absoluto. Se ha hecho algo con él”. Mi madre y  mi hermana se encontraban en la habitación cuando fueron sobresaltadas por la repentina detonación. Mi madre me miró significativamente y no pude hacer más que callar. Me sentía enteramente desorientado y no podía de ningún modo explicarse lo sucedido. Esto me resultaba tanto más enojoso por cuanto debía admitir que estaba profundamente impresionado. ¿Por qué y cómo se partió la mesa y se quebró el cuchillo? La hipótesis de la casualidad resultaba del todo inadmisible.

Algunas semanas después me enteré que ciertos parientes se entretenían desde hacía tiempo con mesas giratorias y tenían una “médium”, una muchacha joven de poco más de quince años. Desde hacía algún tiempo pensaba ponerme en contacto con esta médium que caía en estado de sonambulismo y producía fenómenos inexplicables. Comencé a asistir a sesiones con ella y otros interesados regularmente los domingos. Los resultados fueron las transmisiones de pensamiento y los golpes en la pared y la mesa. Los movimientos de la mesa eran dudosos, se producían independientemente de la médium. Comprendí pronto que las condiciones limitadas eran, en general, inconvenientes. Me conformé con la evidente independencia de los golpes en la pared y presté mi atención al contenido de las transmisiones de pensamiento. Los resultados de estas observaciones los he expuesto en mi tesis doctoral. Después de realizar experimentos durante dos años, se manifestó una cierta languidez y sorprendí a la médium intentando provocar los fenómenos mediante trampas. Esto me determinó a interrumpir las sesiones –muy a pesar mío, pues con ella había aprendido cómo se forma una personalidad número dos, cómo se asume una conciencia infantil y se integra finalmente a ella. La muchacha era una “malograda”. A los 26 años murió de tuberculosis. La vi todavía una vez cuando tenía 24 años y quedé impresionado de la independencia y madurez de su personalidad. Después de su muerte supe por parientes, que en los últimos meses de su vida fue perdiendo poco a poco su personalidad y regresó finalmente al estado de un niño de dos años en cuya fase cayó en el último sueño.     

                     

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