sábado, 11 de febrero de 2023

Carta de Bioy Casares

Durante mis recientes vacaciones tuve la oportunidad de visitar la hermosa ciudad de Mendoza, al otro lado de la cordillera. En las termas de Cacheuta me encontré con una grata sorpresa literaria. Adolfo Bioy Casares había visitado las termas cuando pequeño y había escrito una carta al hotel recordando esos lejanos veranos de la década del 20. Esta es la carta: 


Buenos Aires, noviembre 20, 1987

Estimada Adriana: 

Gracias por su carta. Espero que mi contestación no llegue tarde. 

En 1917 mis padres y yo fuimos a Cacheuta. Supongo que mi madre debió de convencer a mi padre de que valìa la pena probar las aguas termales por si lo sanaban de sus lumbagos. Si no me equivoco, tres veces fuimos allá; la última probablemente en 1920. Mis recuerdos son los de un chico nacido en 1914. 

El hotel, el primero que conocí, tenia una suerte de explanada (de baldosas o de conchilla), por la que se descendía al torrentoso rìo Mendoza. Del otro lado se levantaba una enorme montaña a pique, parda y desnuda, como todas las de Cacheuta, las primeras que vi en mi vida y en mi imaginación quedaron como paradigmas. Las de Brasil, las sierras de Còrdova, no me gustaron las primeras veces que las vi; por estar cubiertas de árboles no me parecían auténticas. 

El hotel era grande. Tenia una pileta de natación interior, de la que recuerdo, creo recordar, azulejos verdes (tal vez los invente). En el bar había señores de traje blanco de brin, que descansaban en sillones de mimbre entre palmeras en macetas. Los frescos del comedor, con personajes y paisajes, estimulaban mi imaginación. También la estimulaban los animales embalsamados que había en algún salón o en algún corredor del hotel: un inmenso cóndor, con las alas abiertas, y un puma. Empleados del hotel me aseguraron que en la zona abundaban esos animales. Yo sentía una íntima satisfacción al oír eso. Desde entonces, la convivencia de frívolos turistas con animales feroces, que parecen sobrevivientes de épocas mas bárbaras, atrae mi imaginación. Pienso que el lejano origen de mi cuento El héroe de las mujeres esta en esa Cacheuta que arrasò el rìo Mendoza (frìvola Mendoza, arrasada por el antiguo, feroz torrente). 

En fotografías de las temporadas aquellas, veo señores en traje de calle, como si estuvieran en la ciudad. Sòlo hay uno de traje de brin blanco, Marco Aurelio Avellaneda (ahora pienso que lo recuerdo a él cuando imagino a los señores de traje blanco descansando en los sillones del bar). Mi padre, Adolfo Bioy, y Lucio Lòpez, en algunas fotos llevan sacos modernamente deportivos y pantalones blancos. Las mujeres tenían sombrero. En fotografías tomadas de noche, en el restaurante del hotel, las mujeres están de escote y los hombres de smoking. No digo que estaban de largo, porque en esa época solo había polleras largas. 

Creo que en esas temporadas de Cacheuta empezó para mi una suerte de nostalgia por las termas. 

Sospecho que la mayor parte de lo que digo aquí no le servirá para nada. Usted descuente. Normalmente no soy latero, pero su carta despertó tantos recuerdos. 

Le deseo la mejor suerte y la saludo cordialmente. 

Adolfo Bioy Casares             


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