jueves, 2 de octubre de 2014

Palabras junto al féretro de S. Freud (1939)


 Stefan Zweig
 
El 23 de septiembre pasado se cumplieron setenta y cinco años de la muerte de Freud. El siguiente es parte del discurso pronunciado por el escritor Stefan Zweig el 26 de septiembre de 1939 en el funeral: 

“Permítanme ustedes verter sobre este glorioso cadáver unas palabras de conmovida gratitud en nombre de sus amigos de Viena, de Austria y del mundo entero, y permítanme ustedes que las pronuncie en aquella lengua que, a través de su obra, S. Freud enriqueció y ennobleció de una manera extraordinaria.

Ante todo, déjenme ustedes advertirles que los aquí reunidos vivimos un momento histórico, como el que a ninguno de nosotros volverá a deparar el destino. Acordémonos que el ser de casi todos los mortales termina para siempre en el estrecho minuto en que el cuerpo se enfría. Pero ante este muerto, ante este hombre único en nuestra desgraciada época, la muerte sólo significa una aparición fugaz, casi sin sentido. Aquí la vida no tiene final, no se termina con brusquedad, sino que únicamente se desvía de lo mortal hacia lo inmortal. Aquí están los despojos mortales, que ahora perdemos contristados; pero la obra inmortal de Freud ha salvado, y para siempre, el auténtico ser del escritor. Todos los que aquí estamos, hablamos y escuchamos, todos nosotros, hablando con propiedad, no poseemos ni la milésima parte de la vida que tiene este gran muerto que aquí yace, en su estrecho ataúd.



No esperen ustedes que vaya a hacer un panegírico de la obra de S. Freud. Todos ustedes conocen su quehacer; pues ¿quién no lo conoce? Sus hermosos descubrimientos del alma humana viven, literalmente, en todos los idiomas; pues ¿dónde hay un lenguaje que pueda prescindir de los conceptos que él aportó? Desde hace dos o tres generaciones los conceptos de moral, pedagogía, poesía, psicología, y todas las formas del quehacer artístico e intelectual se han enriquecido y transformado gracias a él. Hasta aquellos que ignoran o que combaten sus descubrimientos; hasta aquellos que nunca oyeron pronunciar su nombre, le están obligados sin saberlo. Sin sus ideas y sus doctrinas, cada uno de nosotros, hombres del siglo veinte, hubiera sido distinto de lo que es. Sin el poderoso impulso que él nos dio hacia nuestro interior, cada uno de nosotros pensaría, juzgaría y sentiría de una manera más estrecha y menos libre. Siempre que nosotros recorramos el laberinto del corazón humano, nos precederá la luz de su inteligencia. Todo lo que S. Freud ha creado y descubierto nos acompañará en nuestro porvenir. Sólo hemos perdido una cosa: el hombre.

Yo creo que en nuestra juventud, pese a todas las diferencias que puedan separarnos, lo que con mayor ansiedad esperamos fue ver, convertido en carne y hueso, lo que Shakespeare llama la más alta forma del ser: una existencia moral, una vida heroica. Cuando chicos, todos deseamos conocer una vida así, junto a la cual poder crecer y formarnos. Había de ser un hombre indiferente a las tentaciones de la gloria y de la vanidad; un hombre dotado de un gran espíritu, completamente entregado a su trabajo, o a un trabajo que no sólo aprovechara a él, sino que pudiera beneficiar a toda la humanidad. Este entusiástico sueño de nuestra juventud, este severo postulado de nuestra madurez lo realizó Freud durante su vida, proporcionándonos con ello una inigualada dicha espiritual.”

 

*Extraído del libro TIEMPO Y MUNDO de Stefan Zweig pp. 880-882.                            

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