miércoles, 24 de julio de 2013

Auschwitz


 
Auschwitz
 
El psiquiatra vienés Viktor Frankl (1905-1997) es el creador de la Logoterapia. Esta terapia también denominada “existencial” sostiene que la causa de todas las dolencias psicológicas es la pérdida de sentido de la vida. Frankl fue un visionario porque adelantó fenómenos que se dan en la actualidad como la desesperanza, la falta de espíritu y la frustración.  

Durante su juventud se formó como analista y mantuvo un intercambio epistolar con Freud. En sus obras siempre resalta lo que significó la figura de Freud para el desarrollo de la psicología. Frankl era un entusiasta del psicoanálisis pero poco a poco fue marcando diferencias hasta crear su propia escuela.
El Doctor Frankl fue apresado por los nazis y permaneció en diversos campos de concentración- incluido Auschwitz- entre los años 1942 y 1945. Al ser liberado escribió un libro titulado EL HOMBRE EN BUSCA DE SENTIDO donde narra su experiencia como prisionero. Esta es una lectura obligatoria en todas las escuelas de psicología.        

A continuación reproduzco un trozo de este libro donde Viktor Frankl relata cómo fue trasladado a Auschwitz:

“Unas mil quinientas personas estuvimos viajando en tren varios días con sus correspondientes noches; en cada vagón éramos unos ochenta. Todos teníamos que tendernos encima de nuestro equipaje, lo poco que nos quedaba de nuestras pertenencias. Los coches estaban tan abarrotados que sólo quedaba libre la parte superior de las ventanillas por donde pasaba la claridad gris del amanecer. Todos creíamos que el tren se encaminaba hacia una fábrica de municiones en donde nos emplearían como fuerza salarial. No sabíamos dónde nos encontrábamos ni si todavía estábamos en Silesia o ya habíamos entrado en Polonia. El silbato de la locomotora tenía un sonido misterioso, como si enviara un grito de socorro en conmiseración del desdichado cargamento que iba destinado a la perdición. Entonces el tren hizo una maniobra, nos acercábamos sin duda a una estación principal. Y, de pronto, un grito se escapó de los angustiados pasajeros: “¡Hay una señal, Auschwitz!”. Su solo nombre evocaba todo lo que hay de horrible en el mundo: cámaras de gas, hornos crematorios, matanzas indiscriminadas.

El tren avanzaba muy despacio, se diría que estaba indeciso, como si quisiera evitar a sus pasajeros, cuanto fuera posible, la atroz constatación: ¡Auschwitz! A medida que iba amaneciendo se hacían visibles los perfiles de un inmenso campo: la larga extensión de la cerca de varias hileras de alambrada espinoza; las torres de observación; los focos y las interminables columnas de harapientas figuras humanas, pardas a la luz grisácea del amanecer, arrastrándose por los desolados campos hacia un destino desconocido. Se oían voces aisladas y silbatos de mando, pero no sabíamos lo que querían decir. Mi imaginación me llevaba a ver horcas con gente colgando de ellas. Me estremecí de horror, pero no andaba muy desencaminado, ya que paso a paso nos fuimos acostumbrando a un horror inmenso y terrible.”

Extraído de FRANKL, V. EL HOMBRE EN BUSCA DE SENTIDO                    

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