EXAMINANDO las observaciones de la prensa y de la literatura
provocadas por las recientes persecuciones a los judíos encontré un ensayo que
me llamó
la atención de un modo tan notable, que tomé algunas notas para mi propio uso.
Lo que su autor escribía era aproximadamente lo siguiente:
«Como prefacio debo explicar que no soy judío y, por tanto, no me hallo
impulsado a hacer estas observaciones por ningún propósito egoísta. Pero he
sentido un vivo interés por los excesos actuales y he dirigido mi particular
atención a las protestas contra ellos. Estas protestas vienen desde dos
direcciones -eclesiástica y secular-: la primera, en nombre de la religión; la
segunda, apelando a la humanidad. La primera fue breve y llegó tarde; pero por
fin llegó, y aun Su Santidad el Papa levantó su voz. Confieso que eché en falta
algo en las demostraciones
que vinieron desde ambos lados: alguna cosa al principio y otra al final.
Intentaré proporcionarlas ahora.
»Pienso que todas esas protestas podían ir precedidas por una introducción especial que dijera: «Es verdad; a mí tampoco me gustan los judíos. Me parecen en cierto modo extraños y antipáticos. Tienen muchas cualidades desagradables y grandes defectos. Pienso también que la influencia que han ejercido sobre nosotros y nuestros negocios ha ido sobre todo en nuestro detrimento. Su raza, comparada con la nuestra, es evidentemente una raza inferior; todas sus actividades hablan en favor de esto.»
Y después de seguir con lo que en realidad contienen estas
protestas podría continuar sin que existiera discrepancia: «Pero nosotros
profesamos una religión de amor. Debemos amar como a nosotros mismos incluso a
nuestros enemigos. Sabemos que el Hijo de Dios dio su vida en la tierra para
redimir a todos los hombres de la carga del pecado. Él es nuestro modelo y, por
tanto, es pecar contra su intención y contra los mandamientos de la religión
cristiana el consentir que los judíos sean insultados, maltratados, robados y
llevados a la miseria. Debemos protestar contra esto, sin tener en cuenta
si los judíos merecen o no este trato.» Los escritores seculares que creen en
el Evangelio de la Humanidad protestan en términos similares.
»Confieso que no me he sentido satisfecho por ninguna de estas demostraciones. Aparte de la religión de amor y de la humanidad, hay también una religión de verdad que ha salido mal parada en estas protestas. Pero lo cierto es que durante muchos siglos hemos tratado a los judíos injustamente y que continuamos haciéndolo así.
»Confieso que no me he sentido satisfecho por ninguna de estas demostraciones. Aparte de la religión de amor y de la humanidad, hay también una religión de verdad que ha salido mal parada en estas protestas. Pero lo cierto es que durante muchos siglos hemos tratado a los judíos injustamente y que continuamos haciéndolo así.
Cualquiera de nosotros que no empiece por admitir nuestra culpa no
ha cumplido con su deber en esto. Los judíos no son peores que nosotros; tienen
otras características y otros defectos, pero en conjunto no tenemos derecho a
mirarlos de arriba abajo. Incluso en algunos aspectos son superiores a
nosotros. Ellos no necesitan tanto alcohol para hacer la vida tolerable; los
crímenes brutales, los asesinatos, los robos a mano armada y las violencias
sexuales son muy raros entre ellos; siempre han concedido un gran valor a las
realizaciones e intereses intelectuales; su vida familiar es más íntima;
atienden mejor a los pobres; la caridad es un deber sagrado para ellos. Tampoco
podemos llamarlos inferiores en ningún sentido. En cuanto les hemos permitido cooperar
en nuestras tareas culturales han adquirido méritos por sus valiosas
contribuciones en todas las esferas de la ciencia, el arte y la tecnología y
han pagado abundantemente nuestra tolerancia. Así, pues, cesemos de
dispensarles nuestros favores cuando tienen derecho a que se les haga
justicia.»
Era natural que tal determinado parcialismo de parte de alguien
que no fuera judío haya hecho una profunda impresión en mí. Pero tengo que
hacer una extraña confesión. Soy un hombre muy viejo y mi memoria no es ya la
que era. No puedo recordar dónde leí el ensayo del que tomé las notas ni quién
era su autor. ¿Tal vez uno de los lectores de esta revista podrá venir en mi
ayuda?
Acaba de llegar a mis oídos el rumor de que probablemente tenía presente el
libro del conde Heinrich Coudenhove-Kalergi Das Wesen des Antisemitismus («La
esencia del antisemitismo»), que contiene precisamente lo que el autor que no
puedo recordar echaba en falta en las recientes protestas y algunas cosas más.
Conozco el libro. Apareció por vez primera en 1901 y fue reimpreso por su hijo
(el conde Richard Coudenhove-Kalergi) en 1929 con una admirable introducción.
Pero no puede ser. En lo que pienso es en un pronunciamiento más breve y de
fecha reciente. ¿O estoy equivocado? ¿No existe tal cosa? ¿Y el trabajo de los
dos Coudenhoves no ha tenido influencia alguna en nuestros contemporáneos?
Sigmund Freud
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