Marie de la Trinité, De la Angustia a la Paz. Testimonio de una
religiosa, paciente de Jacques Lacan,
traducción Enric Berenguer, NED, Barcelona, 2018, 143 pp.
Leí este libro por dos razones: la primera se
relaciona con mi afición por los diarios o testimonios de pacientes
psiquiátricos. La escritura de cuadernos por parte de enfermos nerviosos es
frecuente y yo agregaría necesaria para el estudio y comprensión de la psique
humana. La segunda razón está relacionada con que éste testimonio fue escrito
por una paciente de Jacques Lacan. Autor considerado difícil y hasta enigmático
incluso al interior del psicoanálisis, podemos adentrarnos en su obra al menos
a partir del reporte de una de sus pacientes. Y vaya paciente, porque Marie de
la Trinité es una mujer, por decir lo menos, especial.
Empecemos por el principio, es decir, el título: De la
Angustia a la Paz hace un guiño a una obra clásica escrita por Pierre Janet: De
la Angustia al Éxtasis. Pienso que la similitud no es casual en el sentido de
rendir tributo a un autor considerado uno de los referentes de la psiquiatría
francesa y mundial.
De la Angustia a la
Paz relata el largo
camino de veinte años desde encontrarse al borde de la locura, hasta el
equilibrio mental logrado en la década del cincuenta y gracias al análisis de
casi cuatro años a cargo de Lacan. Si somos rigurosos en este camino o travesía
de Marie, tendríamos que decir: de la angustia, al éxtasis, a la locura y a la
paz. Este tránsito hacia la paz se refiere al restablecimiento de la salud
mental en Marie después de varios intentos fallidos, entre los cuales
encontramos una negativa a realizarse una lobotomía y una cura de sueño
incompleta.
La estructura general del libro es algo irregular;
empieza con una breve carta escrita por Lacan a Marie de la Trinité -religiosa
de la Orden de las Dominicas de los Campos-, explicándole el sentido de un
análisis y lo hace de forma magistral. Lacan la insta a llevar una vida
religiosa libre de culpas y angustias. Porque Marie se encontraba haciendo los
votos en el recién inaugurado convento de Flavigny y al parecer atribuía sus
alteraciones del ánimo a la vocación religiosa.
En segundo lugar, está el texto central del libro. Se
trata del diario escrito por petición de Lacan a Marie acerca de su estadía en
el hospital de Bonnebal. El lector se impresiona por la profundidad y alcances
del testimonio que abarca el período de internación con cura de sueño y el posterior
trabajo personal de recuperación. Es un manuscrito muy literario y consistente
que describe el período posterior al análisis con Lacan. Narra haber sido
víctima de las peores penurias a las cuales puede estar sometida el alma
humana:
“De modo que me
dirigía a una muerte cierta. Una mañana, la mujer de servicio me encontraría
muerta, de esa muerte por podredumbre, signo y castigo de mi infamia.
Entretanto, las cuidadoras procurarían olvidarme expresamente, a la religiosa
del servicio le daría igual, sólo abrirían la puerta cuando la fetidez de mi
cuerpo se volviera insoportable.” (...)
“Ya veía los
caracteres enormes de todos los diarios -y la foto que me mostraría, podrida en
un rincón de la habitación: “La ex hermana Marie de la Trinité”. (p.25)
Marie de la Trinité fue una mujer con inquietudes
intelectuales y dueña de una pluma excepcional. Por estos motivos mientras
hacía los votos, trabajó de forma ardua en la redacción de la Constitución que
definía las bases de su orden religiosa fundada hace poco tiempo. Conocía el
Derecho Canónico mejor que nadie y era la persona indicada para una tarea de
este tipo.
Sin embargo y sumado a su inestabilidad mental, Marie
sufrió la persecución de sus propios directores espirituales -el padre Chauvin
y la madre Saint Jean-, quienes la atiborraban de tareas al interior del
monasterio para que abandonara la formación religiosa. Marie desataba pasiones
de todo tipo al interior de su círculo y era vista con desconfianza la mayor
parte del tiempo.
La tercera parte del libro es tomada del Pequeño
Libro de Las Gracias e incluye la experiencia mística vivida por Marie a la
edad de diecinueve años. Esa noche le solicita a la Madre Superiora quedarse
hasta más tarde rezando en la capilla. Permaneció de rodillas y sumida en la
meditación pasadas las doce de la noche. Al fondo de la nave se encontraba la
madre Saint Jean. Marie se tendió en el suelo con los brazos en cruz y dijo:
“Pronto de mí no
habrá más que esto -Dios mío, te lo entrego todo, haz de mí lo que quieras,
tómame como te plazca-, concédeme que me olvide, que me pierda, que desaparezca
por completo en ti” (p. 56).
Lo que sucedió después, dice que es difícil de
describir porque pertenece más al campo de lo divino que de lo humano. Dice
haber sido sumergida en Dios y aunque seguía siendo ella, operaba a través de
Él. Fue una compenetración tal con la Divinidad, que no hay pensamiento,
emoción o imagen que pueda describirla:
“En su Deidad y su
Ser vi su perfección, su gloria y su inefable beatitud: fui sumergida, envuelta
en esa beatitud recibí alguna experiencia de la vida eterna” (p.58)
Tanto el escrito de su encuentro con Dios como el
diario de su estadía en el hospital, constituyen magníficos testimonios dignos
de leerse más de una vez por su complejidad y profundidad. Marie fue una mujer
llena de contradicciones que transitó -como digo más arriba-, por el éxtasis,
la locura, la oración, el psicoanálisis y la vida de contemplación. Finalmente,
el libro incluye dos estudios a cargo de los psicoanalistas Erminia Maccola y
Enric Berenguer que profundizan en distintos aspectos de la vida de Marie de la
Trinité.
Paule Mulatier (ese era su nombre de nacimiento)
estuvo lejos de ser una niña típica. Las contradicciones en su vida se dieron
desde el momento de nacer porque sus padres esperaban a un varón, al cual
pondrían por nombre Paul y debieron cambiarlo por Paule. Esto marcó una
relación particular con el género en Marie, quien en sus carnets (así se
llaman sus escritos) dice lo siguiente:
“De todo ello resulta que físicamente soy mucho menos
femenina que mis hermanas -y ahora puedo tener una mentalidad de mujer y una
mentalidad de hombre-“ y remata con la siguiente sentencia: “A veces, me siento más mujer que las mujeres
y más hombre que los hombres” (p.91).
La tensión entre la obediencia y el deseo; la
obediencia de ser mujer y el deseo de ser hombre, la obediencia de ser monja y
el deseo de ser sacerdote, la obediencia de ingresar al convento de Flavigni y
el deseo de ingresar a la Orden del Carmelo, la obediencia de ser religiosa y
el deseo de estar con Dios.
Desde pequeña su principal deseo era estar a solas con
Dios en la oración: “la unión con Dios exige una fuerte adhesión a uno mismo”
(p.71). Sus obligaciones al interior del convento, sus directores espirituales
y toda la iglesia como institución eran obstáculo a su deseo de estar con Dios.
De su íntima relación con Él, nunca ha revelado nada porque se trata de un
espacio que no se dice. Erminia Maccola sostiene que en ese punto residen su
pudor, su autonomía y su libertad. A diferencia de Teresa de Ávila, cuyo
principal tesoro es su íntima relación con Dios y que marca el fin del camino
del espíritu, en Marie el secreto de su relación con Él forma parte del
misterio.
A los cuarenta y cuatro años Marie enfermó gravemente
de los nervios, aunque siempre había sido inestable. Se vio afectada por
obsesiones que dificultaban su relación con Dios y fue declarada por los
médicos como gravemente enferma e incluso como poseída. Poseída por Dios es un
buen título para un libro sobre ella.
Marie de la Trinitè consultò con varios psiquiatras y
psicoanalistas de la época por su estado de salud. Su caso ilustra el estado de
la medicina en el tratamiento de las enfermedades mentales durante la Segunda
Guerra Mundial. Junto con el conflicto que estallaba entre las naciones,
estallaba el equilibrio mental de Marie que fue diagnosticada con neurosis
obsesiva y luego con anorexia. Más allá de los diagnósticos, se trataba de una
paciente incómoda para los analistas de la época y probablemente también para
los analistas de hoy.
Es un caso que cuestiona los aspectos deontológicos y
éticos de un tratamiento y sobre los cuales sólo el Dr. Lacan se hizo cargo. En
primer lugar, tomó el caso a diferencia de otros que por distintos motivos
declinaron hacerlo. En segundo lugar, el tratamiento fue netamente
psicoanalítico, es decir, sin prescripciones para realizarse una lobotomía frontal
como lo hiciera el Dr. Nodet. Los otros especialistas erraban el camino
utilizando consignas del tipo: “su neurosis es grave”, “la decisión ya está
tomada” y “es lo mejor que puede hacer”. Probablemente movidos por lo que Freud
denomina furor sanandis, se aferran al deseo de curar con frases que
intentan provocar un impacto en el paciente. Son frases que nosotros nos hemos
visto diciendo a nuestros pacientes y que omiten al sujeto en su
intimidad.
Lacan -a diferencia de los otros- no dejó sola a Marie
y definió su problema como un conflicto moral en el cual no es posible separar
lo psicopatológico de lo psicoespiritual: “mi objetivo no es enseñarle a
librarse de ese vínculo (se refiere a su voto de obediencia) -sino,
descubriendo qué lo ha hecho para usted manifiestamente tan patógeno,
permitirle que lo satisfaga en adelante con toda libertad” (p. 12). Esta carta
está fechada el 19 de septiembre de 1950 y Lacan fue personalmente a dejarla al
179 rue de la Pompe, donde Marie ocupaba una habitación. Es una carta
breve y que quizá puede ser útil leerla al final y con los antecedentes
necesarios para poder valorarla mejor.-
(*) El 16 de mayo en este blog apareció esta reseña y se comunicaba sobre su futura publicación. Finalmente el trabajo fue aceptado con algunos párrafos que agregué por petición de la editorial. Este es el comentario que aparecerá próximamente en la revista Gradiva.
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