Dalí. Cristo de San Juan de la Cruz (1951)
El siguiente es un escrito poco conocido de Freud donde se refiere a una supuesta entrevista que se le habría realizado y que había concitado el interés de la opinión pública. Tal fue el interés, que incluso recibió una carta de un médico americano que le describe una experiencia de conversión religiosa que habría experimentado. Freud aclara que esa entrevista nunca se realizó y se dedica a analizar la carta del médico. Este es el escrito:
En el otoño de 1927 un periodista
germanoamericano, G. S. Viereck, al que hubiera recibido con mucho gusto si
alguna vez se le hubiera ocurrido venir a verme, publicó una entrevista conmigo
en la que se hablaba de mi falta de creencias religiosas y de mi indiferencia
ante la posibilidad de una vida de ultratumba. Esta supuesta entrevista fue muy
leída y me procuró, entre otras, la siguiente carta de un médico americano:
«…Lo que más me ha impresionado
ha sido su respuesta a la pregunta de si creía en una subsistencia de la
personalidad después de la muerte. Según el informador, había contestado usted
secamente: `Eso me tiene sin cuidado.´»
«Le escribo hoy para comunicarle un suceso
vivido por mí el año mismo en que terminaba mis estudios universitarios. Una
tarde que me encontraba en el quirófano entraron el cadáver de una anciana y lo
colocaron sobre una de las mesas de disección. Hondamente impresionado por la
expresión de serena dulzura de aquel rostro muerto, pensé en el acto: No; no
hay Dios; si hubiera un Dios, no habría permitido que una mujer tan
bondadosamente amable viniera a la sala de disección.»
«Al regresar luego a casa abrigaba la firme
decisión de no volver a entrar en una iglesia. Las doctrinas del cristianismo
me habían inspirado ya antes graves dudas.»
«Pero cuando me hallaba reflexionando sobre
todo esto, surgió en mi alma una voz que me aconsejó meditar mi resolución. Mi
razón respondió a esta voz: Si alguna vez adquiero la certeza de que los dogmas
cristianos son verdaderos y de que la Biblia es la palabra de Dios, los
aceptaré sumisamente.»
«En los días siguientes, Dios hizo sentir claramente
a mi alma que la Biblia es la palabra de Dios, que todo lo que se nos enseña
sobre Jesucristo es verdad y que Jesús es nuestra única esperanza. Desde
entonces, Dios se me ha revelado con otros muchos signos inequívocos.»
«Como `hermano médico´ (brother physician) le
ruego que medite sobre cuestión tan esencial, y le aseguro que si lo hace
sinceramente, Dios revelará a su alma la verdad, como a mí y a otras muchas
personas…»
A esta carta contesté cortésmente
que le felicitaba de que una tal experiencia le hubiese permitido conservar su
fe. Dios no había hecho tanto por mí. No me había hecho oír jamás una tal voz,
y sino se daba ya mucha prisa -teniendo en cuenta mi avanzada edad-, no sería
culpa mía si continuaba siendo hasta el fin lo que ahora era: an infidel jew.
El amable colega americano
aseguraba en su carta que el judaísmo no constituía un obstáculo para llegar a
la verdadera fe, y aducía para demostrarlo diversos ejemplos. Por último, me
comunicaba que se rezaba por mí, implorando a Dios que me otorgase la fe
verdadera.
Tales plegarias no han surtido hasta ahora el
menor efecto. Pero la experiencia religiosa de mi amable corresponsal me ha
hecho pensar, pareciéndome interesante intentar su explicación por motivos
afectivos, ya que, además de su singularidad, presenta fundamentos lógicos
harto débiles. Dios permite cosas más fuertes que la de que una mujer de rostro
simpático acabe en una sala de disección. Tales cosas han sucedido siempre y
sucedían todos los días en la época en que el médico americano terminaba sus
estudios. Por otro lado, su carrera hace suponer que no podía ignorar éstas y
otras miserias. Y entonces, ¿por qué su rebelión contra Dios hubo de estar
precisamente al experimentar aquella impresión ante el cadáver de la anciana?
La explicación es harto fácil para toda
persona acostumbrada a considerar analíticamente los sucesos inferiores y los
actos de los hombres; tan fácil, que se mezcló espontáneamente en mi memoria
con el hecho mismo al que se refería. Al citar en una discusión la carta del
piadoso colega expuse que, según escribía en ella, el rostro de la anciana le
había recordado el de su propia madre. En realidad, la carta no contenía nada
semejante, y yo mismo me di en seguida cuenta de ello; pero precisamente este
error de memoria constituye la explicación que se nos impone al leer las
palabras con las que el sujeto describe a la anciana (sweetfaced dear old woman).
El efecto despertado por el recuerdo de la madre es el responsable de la
debilidad de juicio demostrada en aquella ocasión por el médico. Dejándonos
llevar por el vicio psicoanalítico de aducir como material probatorio cosas que
desde el punto de vista general parecen verdaderas nimiedades, susceptibles de
otra distinta explicación menos profunda, nos fijaremos también en las palabras
«hermano médico» empleadas a mi intención de la carta.
Podemos, pues, representarnos el proceso en la
siguiente forma: La visión del cuerpo desnudo (o que ha de ser desnudado) de
una mujer que le recuerda a su madre, despierta en el joven la nostalgia de la
madre, procedente del complejo de Edipo y completada en el acto por la rebelión
contra el padre.
La imagen del padre y la de Dios
no se hallan aún muy separadas en él, y el deseo de la muerte del padre puede
hacerse consciente como duda de la existencia de Dios y quererse legitimar ante
la razón como indignación por el mal trato infligido al objeto materno. El niño
considera típicamente el comercio sexual entre el padre y la madre como una
violencia ejercida sobre la madre.
La nueva tendencia, desplazada al terreno
religioso, no es más que una repetición de la situación del complejo de Edipo y
sigue en consecuencia, al poco tiempo, igual destino, sucumbiendo a una
poderosa corriente contraria. Durante el conflicto no es mantenido el nivel del
desplazamiento, no se aduce argumento alguno para la justificación de la idea
de Dios su existencia al sujeto, desvaneciendo sus dudas. El conflicto parece
haberse desarrollado en la forma de una psicosis alucinatoria: voces internas
que se hacen perceptibles para desaconsejar la rebelión contra Dios. El combate
interior tiene de nuevo en el terreno religioso su desenlace, predeterminado
por el destino del complejo de Edipo: una completa sumisión a la voluntad de
Dios-padre. El joven se ha hecho creyente y acepta todo lo que desde niño se le
ha enseñado acerca de Dios y de Jesucristo. Ha vivido una experiencia religiosa
y se ha convertido.
Todo esto es tan sencillo y transparente que
no podemos rechazar la interrogación de si la comprensión de este caso nos
habrá descubierto algo sobre la psicología de la conversión religiosa.
Remitiremos al lector a una excelente obra de Sante de Sanctis (La conversión
religiosa, Bologna, 1924) en la que se utilizan todos los descubrimientos del
psicoanálisis. Su lectura confirma la sospecha de que no todos los casos de conversión
religiosa se muestran tan transparentes como el que antecede, pero también que
nuestro caso no contradice en ningún punto las opiniones que la investigación
moderna ha formado sobre esta cuestión.
Lo que distingue a nuestra observación es su
enlace con una ocasión especial que hace brotar una vez más la incredulidad
antes de quedar definitivamente dominada para el individuo.
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